Recien llegado de mi viaje, la realidad a la que vuelvo se mezcla misteriosamente con el recuerdo de mi estancia en Parada de Lucas (Río de Janerio).
El pasado 9 de septiembre me embarqué de la mano de Ángel Carmona (conductor de Hoy empieza todo en Radio3) en el proyecto
Leaozinho. Básicamente el proyecto consistía en pasar tres semanas en Parada de Lucas, una favela del extrarradio de Río de Janerio (Brasil). Pretendíamos ayudar a generar un grupo permanente de chavales para que den clases de guitarra gratuitas a los más pequeños.
Después de la respuesta de los chavales, podemos decir que nuestra expectativa se ha cumplido con creces: Nueve de los veintitantos chicos de los que vinieron a las aulas se han apuntado al proyecto y van a dar clases por parejas a cuatro grupos de dos horas semanales. ¡Bravo por ellos y por su motivación!
La
cultura no solo es el termómetro de la la calidad social y humana de
una comunidad, sino una característica esencial que define al ser humano
y, por extensión, a su comunidad, como lo que es: un ser libre.
Este año venía moviéndose en mi la visión de compartir mi tiempo y energía con gente que no tuviera un acceso fácil a la música. Un emotivo y fugaz viaje a la India, el pasado mes de abril, me puso en contacto con maneras diferentes de ver el mundo y entender las necesidades. Me removía por dentro una duda: ¿como se puede mantener regado y fresco el jardín interior que mi Maestro me enseñó a ver, viviendo en una realidad tan exigente? El
Sistema de las orquestas de Venezuela me resonó en seguida como un referente a seguir. Resultados fabulosos con un 70% de músicos participantes por debajo del umbral de la pobreza.
El caso es que un día, cuando estaba hablando de todo esto con un buen amigo, recibí un mail de Ángel Carmona invitando a participar en el proyecto Leazinho en una favela de Río, Brasil. Vaya!, me dije, si hay mensajes divinos, no pueden ser más claros que este: no me lo pensé dos veces, y a la semana siguiente ya tenía billete para Río de Janeiro.
A la llegada nos encontramos una comunidad más que humilde, donde las armas y el tráfico de drogas forman parte de una difícil realidad que sus gentes asumen como "normal" en el vivir cotidiano. Es extraña la capacidad del ser humano de integrar como normales situaciones que no debieran serlo ni de lejos, e intuyo que en esa humana característica se sustentan las mayores injusticias sociales.
Al compartir vivencias musicales con los chavales, me fui dando cuenta de algo que no había visto desde mi solitaria meditación anterior: que ese jardín musical que yo pretendía regar e identificar en cada uno de los que asistieron, proyecta una vivencia compartida de grupo, algo fundamental para el desarrollo de los adolescentes en cualquier comunidad del mundo. Quedar para tocar, hablar de música, de grupos, de acordes, de escalas, técnicas... genera un entorno amable de expansión personal para los chicos, alternativo a otros entornos que les rodean, mucho menos amables. Sentirse persona, con capacidad creativa, conectado con un grupo, con cosas que decir, digno de respeto, son valores mucho más importantes de lo que era consciente antes de venir.
En estos momentos en los que las administraciones públicas relegan la cultura y las artes en general como "servicios no esenciales" es cuando más me doy cuenta de lo esencial que son en verdad la música y las artes para la sociedades, y lo lejos que estoy de compartir como óptimo el paradigma social que se pretende imponer.
Volviendo a Parada de Lucas, ha sido un gusto poder compartir la música con los chicos y chicas de la comunidad, y sé que la luz de su atención generará más luz musical en los niños que serán sus alumnos. Nueve profesores que se multiplicarán como la buena hierba.
La música genera música.